Canto Gregoriano en Semana Santa: Cerca de Dios, lejos del estrés

Santo Domingo de Silos y la historia de un boom discográfico. Regalito: una hora de música balsámica.

DE COLEGAS 09 de abril de 2023 Clara González / Daniel Bosque
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Coro burgalés. La paz sea con vosotros

Mi comentario: Felices Pascuas. En altri tempi, los mayorcitos nos criamos escuchando partituras sacras, de jueves a domingo santos, cuando las radios se iban a disfrutar del descanso y dejaban la lata que sonara y sonara.

En los '70/'80 conocí Santo Domingo de Silos de la mano de Daniel y Mónica, dos amigos cordobeses exiliados en España. Eran los tiempos de "El nombre de la rosa" el gran best seller de Umberto Eco. ambientado en la oscura y luminosa vida monacal .

Escuché en el monasterio burgalés su canto gregoriano a través de rejas ciegas , en un frío recinto desde el cual no se podía ver el coro, En los claustros,  los monjes rezaban siete veces cada día, desde laudes, antes del alba, hasta completas, al fin de la jornada.

En el caso de Silos, desde las gélidas comarcas españolas, la voz coral se esparció por el mundo cuando todavía se vendían en disquerías los CD y DVD. Como un bálsamo para las almas estresadas que buscaban su new age de fin de siglo, sin saber que les esperaba a la vuelta de la esquina un destino atado a la información y a la conexión permanente.

Por eso, me encantó esta crónica de la colega Clara González en El Debate:



Santo Domingo de Silos, el oasis del canto gregoriano que amasó millones en los años noventa

Con éxitos como Ave Mundi Spes Maria o Veni Sancte Spiritus, el disco de canto gregoriano de los benedictinos fue comercializado como un gran remedio contra el estrés de la vida moderna


CLARA GONZÁLEZ*

Entre los muros de la abadía de Santo Domingo de Silos resuena todavía lo mismo que hace siglos, la tradición que el coro de los monjes ha heredado de época de San Gregorio Magno, de quien recibe su nombre: el canto gregoriano. Su origen y desarrollo es incierto, y aunque hoy cuenta con una audiencia mínima, hubo un tiempo –no hace demasiado– en el que los monjes grababan discos que se vendían por todo el mundo.

Cantar es rezar dos veces, ya lo dijo San Agustín, y también lo sabían los cristianos en la Edad Media, cuando tiene lugar el primer momento de esplendor de este género musical. Gracias a Carlomagno y a los monasterios benedictinos se difundió el canto gregoriano por toda Europa. Su repertorio, compuesto principalmente a partir de versículos de la Biblia en latín, fue creciendo durante todo el siglo X, tras lo que cayó en desgracia y en desuso.


Muchos intentaron reavivarlo, sin éxito, y convertirlo en la base de la música moderna a principios del siglo XVII. Pero no fue hasta el XIX cuando un sacerdote francés llamado Próspero Guéranger lo consiguió, y después, el Papa Pío X lo impulsó a través de su motu propio Tra le sollecitudini.

La fama les llegaría a estos monjes de la noche a la mañana. Había flamencos en Estados Unidos, Enya recorría el mundo cantando en festivales y Chant, el disco de los monjes benedictinos de la abadía de Santo Domingo de Silos alcanzó el número tres en la lista Billboard 200, donde aguantó junto a Mariah Carey y Pink Floyd por 53 semanas. Era 1994 y Angel Records lanzó el repertorio a la audiencia internacional, con una portada con monjes encapuchados flotando sobre el azul del cielo y algunas nubes blancas.

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«Sigue siendo un misterio para mi», dijo el abad de Silos, Lorenzo Maté Sadornil, al diario británico The Times. En realidad, el álbum había sido grabado en 1972, y fue relanzado cuatro veces entre 1973 y 1982; y en 1993 la discográfica EMI Classics remasterizó las canciones y las incluyó en un conjunto de dos discos bajo el nombre Las Mejores Obras del Canto Gregoriano.

Con éxitos como Ave Mundi Spes Maria o Veni Sancte Spiritus, el disco fue comercializado como un gran remedio contra el estrés y los males de la vida moderna. Para sorpresa de todos, incluidos los monjes de Santo Domingo de Silos, las ventas superaron los 70 millones de dólares.
A mediados de la década de 1990, la abadía se llenó de peregrinos que acudían para escuchar a los benedictinos encapuchados de la portada cantar en directo. Incluso se les invitó a realizar una gira por Estados Unidos, pero su vocación estaba lejos de la fama.



Lo recaudado con los discos, que se cree que osciló entre el 4 y el 10 % de todo lo generado, se dedicó al mantenimiento de la abadía. La discográfica ofreció a los monjes 7,5 millones de dólares para grabar un segundo álbum que se convirtiera en sensación mundial y le hiciera la competencia a las más grandes estrellas del pop del momento. El momento de fama de los benedictinos llegó a su fin: no hubo disco de seguimiento, ya que, según dijo en su día el abad de Santo Domingo de Silos, Clemente Serna, la vida monástica opera bajo el principio de «no necesitar».

* Redactora de Religión y Familia. Graduada en Historia y Periodismo por la Universidad San Pablo CEU y máster en comunicación cultural en El Cultural.


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