Estuve en Buenos Aires esta semana, entre otras cosas para participar en una reunión de mi año de colegio. A diferencia de los demás compañeros de la camada dejé el colegio, y Argentina, a los nueve años, con lo cual nadie me reconoció y yo no reconocí a nadie. Bueno para la humildad, y bueno también para constatar una vez más lo rápido que uno hace amigos con los argentinos, lo sorprendentemente atractivo que de repente me podría resultar la noción de volver a vivir en su país.
En los cinco días que me quedé por allá reconecté con viejas amistades y participé en un foro sobre “liderazgo e integridad” con uno de ellas, Hugo Porta, el que fue el Messi del rugby argentino. Habré conversado en total con más de 50 personas. El tema constante fue la elección presidencial que habrá dentro de una semana, o lo que muchos llaman “decidir entre un cínico y un loco”. Lo que no me esperaba fue el casi cero interés por lo que estaba pasando en el resto del mundo en una época en la que el resto del mundo, o al menos el hemisferio norte, está en el mayor peligro quizá desde la crisis de los misiles en Cuba de los años sesenta.
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No es una crítica. Todos los países están ensimismados. Fíjense en España, donde entre muchos crece la histeria por la amnistía que se propone ofrecer a unos políticos que pecaron de infantilismo más que de maldad. Pero en España sí se habla del resto del mundo, en particular hoy de la maldad de verdad en Palestina-Israel, y también de la guerra en Ucrania. La gente empieza a ser consciente de que se aproximan nubarrones negros.
En Buenos Aires se acerca el verano y calienta el sol. Digo que de repente se me hace atractivo volver a vivir allá, donde pasé diez años de mi vida, porque me gusta la gente, ante todo, pero también porque si las guerras se extienden por el Norte pocos estarán más a salvo que los habitantes del sur, sur del Sur Global. Es comprensible que no se fijen en las crecientes posibilidades de catástrofes en tierras lejanas. Pese al quilombo que es la política argentina, hay paz.
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¿A qué posibles catástrofes me refiero? Para los que no se enteran, aquí va. A finales del siglo pasado las corrientes globales favorecían a los pacificadores y a los demócratas. Hoy los vientos corren a favor de los nacionalistas, los violentos y los demagogos.
A los argentinos les preocupa la elección presidencial, no lo que pasa en el resto del mundo
En Oriente Próximo, una guerra con su epicentro en Tierra Santa puede extenderse a toda la región, con la posible participación no solo de Irán sino también de Estados Unidos, que Dios nos salve. En tal caso, que Dios salve a Ucrania también, ya que dejarán de estar disponibles los recursos militares estadounidenses de los que depende para resistir al invasor ruso. Una victoria de la mafia putinesca haría temblar a las demás antiguas colonias soviéticas, como Estonia o Lituania, miembros de la OTAN a los que la OTAN se vería en la obligación de defender. Ante semejante panorama, China podría aprovechar la ocasión para cumplir su antigua obsesión de recuperar las islas soberanas de Taiwán por la fuerza militar.
Todos estos peligros se multiplicarían por diez en el caso de que Donald Trump ganase las elecciones presidenciales del año que viene. Hoy las encuestas señalan que el presidente Joseph Biden no lo va a poder parar.
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Espero que entiendan un poco mejor por qué Argentina parece de repente un remanso de paz. ¿Quién sabe si dentro de no mucho la diáspora de los últimos años se dará la vuelta y montones de argentinos regresarán de España, Estados Unidos y Australia a la patria querida? O incluso, si veremos una repetición de la corriente migratoria de Europa a Argentina que se vio después de las guerras mundiales del siglo pasado. Los argentinos tienen la costumbre de referirse a su país como “el culo del mundo” pero, como he comentado a mis amigos en Buenos Aires estos días, es un culo que podría volver a resultar muy apetecible para buena parte de la humanidad. No olvidemos que los principales participantes en los líos del Norte –Estados Unidos, Rusia, China e Israel– todos tienen armas nucleares.
Quizá Argentina debe incendiarse del todo para asumir su gran problema con la corrupción
Para que Argentina se convierta en un polo de atracción de verdad sería bueno, sin embargo, que resolviese algunos de sus problemitas. Como, por ejemplo, un sistema de justicia que carece de independencia política, una calamitosa gestión económica que ha conducido hoy a una inflación por encima del 100% y una espiral endémica de corrupción e ineficacia gubernamental. Pocos argentinos confían en que estas cuestiones las vaya a remediar uno de los dos candidatos presidenciales, el peronista Sergio Massa o el iluminado Javier Milei.
Ya que las encuestas en Argentina no sirven para nada, nadie se arriesga a decir quién va a ganar, el cínico o el loco. Yo no presumo de tener un favorito, pero sí diría que como regla general un oportunista motivado solo por el hambre de poder es preferible a un chiflado que se cree en posesión única de la verdad. Por ejemplo, me sentiría menos incómodo con un delincuente como Richard Nixon de presidente que con Donald Trump.
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Dicho esto, quizá sea necesario que Argentina se incendie del todo, con un bombero pirómano al mando, para que se asimile de una vez la urgencia de resolver el gran problema de fondo, el que identificó uno de mis viejos compañeros de colegio el otro día. “Somos un país –me dijo– en el que la corrupción de los gobernantes se considera normal”. Así es. No se trata, claro, de un fenómeno singularmente argentino. Quizá aquí esté la diferencia entre los países democráticos que funcionan más o menos bien y los que no. En los primeros, los criterios morales son claves a la hora de decidir quién les gobierna; en los otros, no.
Dice un viejo chiste que Dios dio toda la riqueza del mundo a Argentina y que después, para compensar, puso a los argentinos. Veo la gracia, pero no me convence. Al revés: no admiro al país pero sí a su gente, la más generosa que conozco… con los amigos. Lo que les falta, creo, para volver a ser un imán y, si fuera necesario, un refugio para el mundo es ser generosos con la sociedad en su conjunto, ser más solidarios que “vivos”, amar la justicia para todos y respetar la ley. Y que los líderes den el ejemplo, como predicaría mi amigo Hugo Porta, demostrando integridad.
* John Carlin es escritor y periodista.
(Esta publicación no refleja necesariamente la mirada de "Hablemos en el Bosque")