Periodistas, una tribu sospechosa

MIS HISTORIAS 07 de junio de 2022
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DANIEL BOSQUE

Carolina, amiga y prensera corporativa a la que conozco hace bastante, me ha preguntado a raíz de este nuevo 7-J, cómo fue que abracé el periodismo. “Por el gusto de escribir y contar historias”, me ha salido decirle, sin mencionarle este impulso de husmear e interrogar, un trastorno profesional que más de una vez llega a incomodar al prójimo.

No todos son halagos en el del Día del Periodista en la Argentina. Tres personas allegadas, ningunos pibes todos adultos mayores, me dicen que desprecian a los medios, a los que consideran fábricas sistemáticas de mentiras. Un par de ellos son cada vez más devotos de China, Rusia y otros paraísos autocráticos y me comparten las virtudes excelsas de esos sistemas. Gustos son gustos.

Por otro lado, entre el público son cada vez son más los que leen menos y se cansan al tercer párrafo como si subieran dos pisos por escaleras. Mientras escucho que a Juan o María les ha estallado la cabeza, por el “burn out” de tanto darle a las pantallas y pantallitas y dormir poco o casi nada. Así estamos.

Antes de que la cruel guerra de Putin, los reseteos financieros, económicos y sociales y las neo pandemias terminen con las hilachas de nuestro bienestar y tranquilidad, el oficio de informar ha caído en el descrédito. Mejor dicho, para qué los medios y los periodistas, dice el coro al tiempo que cunden los rechazos. Alguien joven me cuenta que su prima hermana es influencer y entre Tik Tok, Instagram, Telegram y Spotify él se entera de todo y encima hay sorteos de viajes, birras y zapatillas. Mirá vos, saludos a tu prima de mi parte.

“Bueno, no te preocupes -  me dice mi viejo amigo Jorge, sobreviviente de la vida, el tabaco y varias redacciones -  ya pasará algo groso y volverán a llamarnos a ver qué sabemos y pensamos, fíjate lo que pasó en la cuarentena”.

Defender a capa y espada al gran colectivo de informadores es una misión de doble filo. La marea de la información suele arrojar a la playa todo tipo de objetos, toneladas de basuras tóxicas para el alma que no se degradarán por siglos.

Pero como en otros oficios esenciales a los que parece fácil sustituir, como ocurrió con los peluqueros en el encierro de 2020, vale la advertencia de que echar al destierro a los cronistas es como darse un tiro en los pies o en otras partes. Cuando se apaguen las luces de la palabra libre, los bien nacidos van a extrañar a los periodistas, esa tribu sospechosa. Claro que no sentirán lo mismo aquellos que hace tiempo quieren imponer el pensamiento uniforme y extirpar cacúmenes. Y por lo tanto prefieren y aupan en su derredor a escribas y speakers solícitos y serviciales.

Feliz Día y que vivan los buenos periodistas. Pensá cómo sería tu vida sin su compañía.

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