El 20 de marzo 2020, con obediencia masiva y temerosa, comenzaba el largo encierro argentino
Mirar hacia atrás hermana en raras sensaciones. Es difícil encontrar recuerdos cálidos de esos largos meses, signados por la soledad y las curvas de muertos e intubados repartidas por los gobiernos y las nomenclaturas médicas.
A cuatro años vista, pocos se han guardado una vela para el 20-M en que conocimos el Trío Pandemia (Alberto, Horacio, Axel) y el #quedateencasa.
No sabíamos nada de Wuhan y sus vectores murciélago, pangolín o perro mapache. Y menos del virus sembrado o piantado de su laboratorio internacional. En Europa fue veloz el azote, antes de arrasar a Estados Unidos y al resto del planeta.
"No es gripe A, don't touch Ibuprofhen ni nada" dijo sospechosamente el ministro francés Olivier Véran. Dos años después muchos espíritus se habían liberado y dejaban de esperar que la ambulancia llegara para hisopar y prescribir té de jenjibre, paracetamol y mucha agua.
El viento de la muerte venía slow, a favor teníamos la lejanía del Cono Sur. Nos abrazamos al Putin pre Ucrania, que nunca nos mandaría la segunda Sputnik. Abundaron los infectólogos, el Estado fue marcial y la policía dura, especialmente con los humildes. Enfrente, una minoría funcional de anti vacunas arrancó super radical, negando el virus y denunciando decenas de tramas.
-¿De qué lado quieres estar para salvarte? ¿Del corona business y los dedos en V cuando te pinchan, o del otro?
- Ay es tan difícil...yo lo que no quiero es morirme.
Como en el censo poblacional que vino después, la estadística argentina sobre el COVID fue escasa, sin datos sobre la condición social de las víctimas. En la UCI del Hospital Posadas se morian dos de cada tres, en el Austral, menos de uno. No preguntes mucho que te estamos salvando. En todo el planeta saltaban por los aires los ministros de Salud, algún presidente vacunado VIP o libador de wiscachos entre látigos y muertos. Perdón, en casi todo el mundo.
No es cierto que la cuarentena más larga fue la de Argentina, el record fue en Melbourne. Pero allí no hubo este desastre de pobres e indigentes que seguimos pagando. No fuimos los únicos. El largo mapa de América Latina y del Tercer Mundo es la película sin fin de miserias e indigencias de millones que perdieron changas y techos precarios.
Todo sucedió exprés y entre montañas de mascarillas y océanos de alcohol en gel fuimos sabiendo que la OMS y otros organismos supranacionales ya tenían diseñado y estaban ejecutando por primera vez el mega control poblacional. Y que debutaban las modestas rentas básicas universales, equivalentes a una yapita que políticos, diplomáticos y magnates se mastican en una noche.
Durante meses, un lunes a la mañana o un miércoles a la tarde, este cronista ha caminado por el medio de avenidas desiertas en Buenos Aires. Reinaba el silencio sobre absurdos y crueldades que pocos osaban denunciar. La cuarentena 2020 y el rebote 2021 fue también una coartada de pícaros y vagos en la administración nacional y el aparato educativo. El discurso de la peste mandaba callar y a cambio el bonus de disfrutar del home office y el zoom. Pequeños encantos de la burquesía con netbook.
Hubo mártires, víctimas, sacrificios, víctimas e innombrables. Lloramos por los muertos y saboreamos la postrer e incómoda sensación de cómo un día nos reformatearon a puro pánico. Increíble, pero argentino, tuvo que venir Maradona y su muerte penosa a promover su velorio cínico y a media asta que de paso nos abrió la jaula.
Aquí estamos, por todos lados se publica que viviremos menos que nuestros padres y tíos. Nos dicen Bill Gates y Tedros Adhanom Ghebreyesus que vendrán pandemias peores. Es raro, después de haber comido y dormido en el tubo de ensayo probablemente nunca volvamos a creer. Ni siquiera los chinos, que parecen hormigas pero terminaron al filo de la rebelión.
A cientos de millones nos quedó el tufillo de lo fáciles que somos en la era smart, para morirnos de miedo y ponernos de rodillas ante la necropolítica 4.0. Dale enter.
* Periodista.