Volví a Cartagena, en otro ensueño fugaz como Dios manda, con cierta obsesión por llegar al Portal de los Dulces, en la recova que mira a la Torre del Reloj y la vieja muralla.
Hay poca gente merodeando las delicias. Tal vez por esa mala prensa que abunda de cara a tanta azúcar junta. Busco y encuentro a Doris, siempre bella con sus frascos. Está más grande y lleva gafas. Yo también.
- Hola, soy periodista, estuve aquí tres veces hace ya tiempo y la entrevisté ¿Se acuerda de mí?
- Nooo mi amor, discúlpame.
Busco, corto y pego a García Márquez en "El amor en los tiempos del cólera". Entre los confites Florentino Ariza corteja el andar de Fermina Daza. "Se sumergió en la algarabía caliente de los limpiabotas y los vendedores de pájaros, de los libreros de lance y los curanderos y las pregoneras de dulces que anunciaban a gritos por encima de la bulla las cocadas de piña para las niñas, las de coco para los locos, las de panela para Micaela".
En este Portal de los Escribanos, y antes de los Esclavos, las selfies ignoran que aquí fue el desdén amoroso de Fermina hacia Florentino, el desencuentro que duraría "51 años, nueve meses y cuatro días".
Los hermanos sean golosos. Nos lanzamos sin escalas con Hugo al clásico de los clasicos. Coco rallado, canela, azúcar, agua de coco y leche. Siiií, cocadas, como para inundarse de almíbar texturada y que la tripa pida a gritos un sorbo de cualquier cosa.
- Doris, ¡cuál es el más rico?
- Te hablo desde el recuerdo, hace 15 años soy diabética y no pruebo un manjar. Tranquilo, elegiste bien.
Por 2.000 colombianos, menos de medio dólar, me endulzo hasta el alma antes de hundirme en la Ciudad Vieja, en pos del bonito Museo del Oro Zenú.
Chau extrañada Doris, dulce desmemoriada de mí. Atrás quedan las cocadas del pecado. Deberíamos tener otros ojos en la nuca para rumiar el adiós, lamentaba Dalí, que también soñaba con mujeres surrealistas de pechos extra en la espalda.
Nos hundimos en la Cartagena antigua de la pura bulla y el acoso serial de vendedores de cualquier cosa.
Por delante no habrá almendras, guayabas ni decenas de confituras. Sólo otras tentaciones para enfiestar al cuerpo y espíritu, como para olvidar la triste noche de la peste.
Vuelvo a Gabo en Vivir para contarlo: “La nostalgia, como siempre, había borrado los malos recuerdos y magnificado los buenos” .
Misión cumplida.