DANIEL BOSQUE
El último recuerdo, con cierto olor a juventud, es un clavado desde el trampolín olímpico de Amancay, para reaparecer en el otro extremo de la piscina. Después sobresalen las imágenes de su último tercio, poblado de infartos y achaques, menos músculo y la voz siempre viva, pero más cansina.
Antes hay miles de ráfagas. Sentado en sus zapatos en un desfile patrio, el escopetazo que baja una martineta camino a Jáchal, mirarle prender el fuego asador con un castillito de quebracho.
Tu viejo es un pícaro, decían sus cofrades y algunas viejas jachalleras. Que hable el doctor, le pedían en casamientos o bautismos de gentes humildes a los que les había arreglado una escritura o la sucesión.
“Pará Bosque, hijo de puta", le gritó su perseguidor: "Pará vos, que no te están corriendo”, le retrucó. Era la anécdota predilecta de sus compinches juveniles.
En 1919, San Juan era una villa polvorienta, pocos árboles y mucho adobe. Y Desamparados un extramuros surcado de fincas y luces mortecinas. Al lado de los Bosque, un hogar cantonista, o cerca, vivían los Tormo y ensayaba la Tropilla de Huachi Pampa.
Una foto sepia como explorador de Don Bosco, paseos en coches negros, con otros pibes, todos trajeados y bigotito pintón. Referencias vagas, de mucho antes del 44, el enero del antes y el después.
“Estaba bailando tango en Alta Córdoba cuando dijeron por los parlantes que San Juan había sido destruida, me fui a la estación del Belgrano como estaba”. Ese año los hits eran "Uno" o "Mañana zarpa un barco", pero lo emocionaba oír "Ninguna", por algo inconfesable que probablemente no tuviera que ver con Lydia, su compañera de medio siglo. Igual que "Puentecito del río", el vals de Antonio, el cantor de las cosas nuestras, que pidió escuchar antes de su último colapso.
Cuando hablaba, en los almuerzos pre siesta de seis de asiduos pucheros y machacados, Hugo Guillermo era nuestro Google, como todos los viejos de la época. Una sopa de refranes y saberes, el puñado de bits que retuve para pasarle a mi hijo, como una marca familiar.
Como pasa, con mi juventud se nos espació la palabra, pero no la costumbre de matear tempranísimo en un cacharro de dos asas, propio de una familia de diestros y zurdos. Hoy Papá cumpliría 100 años, de su hornada quedan un par de elegidos, como el Tito y la Beba. En el lote siguiente, hay quienes lo extrañan como uno de los sanjuaninos de otra era.
Es raro, excepto para los neurólogos, si no fuera por las fotografías, los años nos desfiguran los rostros queridos. Pero algo pasa con la voz, que persiste clara. “Metele para adelante", me dijo en uno de nuestros últimos abrazos. Feliz cumpleaños papá, 100 pirulos, la puta madre.
* Publicado hace algunos julios, cuando Hugo Guillermo Bosque hubiera cumplido un siglo.