Hay lágrimas y extrañezas por la muerte que menos te sorprende. Y presunciones tristes sobre las horas culminantes del síncope. ¿Cómo habrán sido los largos días y noches de silencios y alcoholes? Dicen los psiquiatras que el #Quedateencasa, como el Covid, también puede matar. Entre las calles vacías y los largos meses sin fútbol ni gentes se fue cortando el último eslabón que sostenía al obeso sesentón de cuero duro.
Millones de pibes que nunca le vieron en tiempo real han mamado los youtubes de padres y abuelos. Lloran como ellos el adiós al mito que completa el rosario inacabable de banderas y vinchas argentinas. El Diego crack e imbatible no era actual. Pero en su país, el pasado para bien o para mal es algo que no caduca fácilmente, todo lo contrario.
Hay razones futboleras, por ejemplo. En el Mundial de Moscú, La hinchada albiceleste huía del presente, de la abulia de Leo Messi pifiando su penalty frente a la ignota Islandia. Buscando refugio en la historia feliz, la tribuna fisgoneaba al gordito del palco lindero, que devolvía los vítores whiscacho en mano. En el partido de San Petersburgo, pocos días después, el ídolo sufriría otro sofocón de salud, uno más de la centena qué le regaló su esqueleto tras el retiro del futbol.
“Los argentinos tienen a la Marilyn Monroe del fútbol, ese muchacho se va a morir pronto” me dijo Zelmar, el periodista uruguayo que me dio la noticia de que Diego casi agonizaba tras su sobredosis de todo en Punta del Este. La madera de Fiorito y el instinto de darle a tomar por culo a los más negros augurios, le dieron un prolongado alargue que hoy se ha cortado.
“Vivió como pudo” ha dicho Alberto antes de habilitar la Casa Rosada para el último adiós, 34 años y chirolas después de que Raúl Alfonsín le dijera al capitán este balcón es suyo tras la hazaña azteca, la última argentina urbi et orbi. La Mano de Dios es capaz de esas paradojas.
Año raro: Los 38.000 argentinos muertos por el virus y unos cuantos miles más no pudieron ser despedidos por sus deudos, pero ahora habrá colas con alcohol y termómetro digital para el "Gracias Diego". Desde Gardel a Perón, en el Luna Park, en el Congreso Nacional o donde sea, los velatorios han sido hitos litúrgicos de la historia nacional.
Por fin descansa en la tierra aquella zurda prodigiosa que desde hace tiempo apenas caminaba. Se va con ella una historia sin igual de glorias en el césped y vaivenes en la vida, de ingeniosas verborragias y lagunas cerebrales. Y en lo más sórdido, de penas soterradas por una vida inagotable, de esas que dan para escribir 100 novelas.
Millones lloran, con el fondo de goles del más grande. Del de los cojones de oro en la cancha, de esos para llevar en carretilla, que ojalá pudieran clonarse y repartirse sin cargo en el futbol de hoy. El del romance eterno con sus fans, que le valió el perdón de su fracaso como técnico, su inexplicable costado mediocre, en la selección nacional.
Se va la máquina de hacer millones de dólares y revolearlos entre aduladores pícaros, trifulcas familiares y amoríos con los que pobló de hijos la Patagonia y el Caribe.
Lejos del futbol, con otras razones, llora la progresía latinoamericana a su ídolo. El mismo que defendió hasta el final a Nicolás Maduro, como embajador gentil de una revolución famélica que ha sembrado por el mundo millones de emigrantes. Pero eso es otra cosa, era una pieza más de su puzzle increíble.
Son miles de fotos, muchas en sepia y miles en píxeles, del gladiador que amó, odió, pactó y detestó, en reciprocidades a la FIFA, la Iglesia, la ONU, la AFA y todos los poderes fácticos posibles. Los mismos que lo punieron o lo usaron hasta el último de sus días.
Era un entretiempo de Milán-Nápoli y desde la hinchada local le voló una mandarina cuando el 10 iba hacia el túnel. El pibe de oro la esquivó, la capturó con el taco y se la llevó haciendo jueguitos, para devolverla con una volea a la tribuna agresora que terminó de pie aplaudíendole el descaro.
"No te juzgo por lo que hiciste con tu vida, si no por lo que hiciste por la mía", postean las redes. Se va Diego Armando Maradona. Otra de las tantas leyendas que sólo puede fabricar el extraño ADN argentino. Ojalá que en paz descanse, lejos de nuestras humanas miserias.